Sunday, April 24, 2005

just say on



mira bien, que cuando golpeaba la adolescencia contra las esquinas
las gotas de sangre caían al asfalto y la lluvia las hacía crecer

atrapado en mis múltiples abrigos
escondido del viento
me podía ver alzando mi dedo medio a medio medio mundo
y mi culo rebotado y dolorido al otro medio

la lluvia entraba siempre en escena en el momento justo:
en la puerta del colegio,
en la esquina del alcohol,
en la tierra del parque

la tierra del parque que huele a meados y a cerveza
que se confunden en una misma cosa
algo que quema para llevarse lejos a los muertos,
los que estuvieron vivos y los que llevan la muerte dentro

Thursday, April 21, 2005

Lillies and Remains


- He soñado con arañas. Parecían cangrejos enormes, centollos se llaman, ¿no?, digo los cangrejos. Yo iba caminando por algún sitio, el campo, un camino de tierra oscura y húmeda, como la que hay en las macetas, vallas de piedra, hierba verde. Por alguna razón la hierba parecía exprimible, no sé si entiendes lo que quiero decir. El caso es que llegábamos (porque iba con alguien, pero eso es todo lo que sé al respecto, no recuerdo si era alguien de verdad ni su cara, o si hablaba) a una valla metálica. Yo empezaba a examinarla, creo que para saltarla, ya sabes cómo son esas cosas en los sueños. Estaba comenzando a encaramarme a ella cuando veía que un par de alambres eran rojos en lugar de plateados, rojo pálido, no, rojo enfermizo, como si lo hubieran cocido. Saltaba al suelo y los alambres rojos se retraían hasta un bulto del mismo color enfermo, una de las arañas de las que hablaba al principio. Era asquerosamente grande. El cuerpo estaba hinchado pero daba la apariencia de ser duro, de tener un cascarón grueso y pesado. Y se movía a toda velocidad la condenada. Se irguió sobre sus patas traseras y en el abdomen, en lugar de ser liso, tenía una especie de esfínter, un agujero oscuro rodeado de malformaciones venosas. No sé por qué esto me metió el miedo en el cuerpo como una cuchillada. Empecé a correr de espaldas, sin perder a la araña de vista, el esfínter pareció tomar una bocanada de aire y toda esa piel rugosa y compacta se volvió elástica y viscosa. Del esfínter salió algo blando, un chorro de tela de araña a toda velocidad por el aire, directo a mí. Me aparté a un lado y la telaraña cayó a mi lado, crepitando en el suelo. El sonido era el mismo que el que hace la carne cuajada de hormonas cuando la echas sobre aceite caliente. Seguí corriendo hacia atrás, pero había arañas en todas partes, no es que fuera una invasión, era más bien un puñado, pero yo corría despacio y las zorras eran suficientemente grandes como para no basar su poder en el número.
En ese momento recordé que estaba acompañado, esto quiere decir, claro, que lo había olvidado. Quién fuera que me acompañaba no duró demasiado, le cayó uno de los chorros de telaraña y se empezó a consumir entre gritos. Le pasó lo que al chino hijoputa de Indiana Jones, se derritió, algo asqueroso. Además las arañas siguieron lanzándole chorros de telaraña encima mientras se derretía. El sueño terminó cuando llegué a otra valla metálica que me llegaba a la cintura. Agarré con las manos la parte superior para ayudarme a saltar y sentí un dolor muy intenso, nunca me ha picado una medusa pero me lo imagino exactamente como sentí esto: una especie de dolor eléctrico, que aturde a la vez que hiere, que hincha mis manos hasta que parece que van a explotar. Miré hacia abajo y la valla era roja, de un rojo enfermo.

- Joder, sólo te he preguntado qué tal te fue anoche.

- Bien, bien, me fue bien.

- ¿Seguro?

- Sï, lo único jodido fue el calor, tengo calor en todas partes, sudo como una puta bestia de carga, ojalá el sudor fuera más corrosivo y me disolviera cuando me pasa eso, me avergüenza muchísimo.

- …capullo...

Monday, April 11, 2005

arden las manos



Lo más acertado que se puede decir de ella es totalmente inexplicable: siempre ganaba a la primera cuando jugaba a ese juego.

Él dejó de estar enfermo, pero sus ojos seguían siendo los mismos. Caminaba normalmente, ya no cojeaba ni tenía llagas en la boca, pero sus ojos conservaban el gris del enfermo. Su cuerpo funcionaba pero él se había quedado rezagado por dentro, acogido por los rincones que cuidan de sus muertos.
Sin los oscuros privilegios de la belleza, la juventud era un espacio sin tiempo, una rueda claveteada que recorre una y otra vez, incansable, cada surco del cerebro hasta convertirlo en una masa irreconocible de culpa, lamentos y desesperación. Vivía entre el perro y el lobo, entre el crepúsculo y el golpe de viento que arranca la vida de las plumas de los pájaros.

También es importante saber qué ocurrió con ella tras ganar el juego.
Sentada en una cafetería leía un libro, un volumen grueso, tapas de cuero, antiguo, pero su contenido no lo era en absoluto. La cafetería estaba llena de gente. Poco a poco, mientras pasaba las páginas, la gente se fue marchando. Cuando se quedó sola entró un hombre viejo, con abrigo rojo y la cara surcada de venas capilares amoratadas. Sacó una mano del bolsillo sosteniendo una pistola y apuntó hacia ella. Ella no podía creer lo que estaba sucediendo. El hombre disparó y se fue por donde había venido. La bala alcanzó el libro, que saltó de sus manos al suelo. Tardó en mirar hacia su pecho para buscar el agujero rojo. No había agujero, ni rojo ni de ningún color. En el suelo el libro estaba abierto por la página hasta la que había llegado la bala. Al lado del plomo vencido estaba escrito: Un esqueleto se ha sentado en mis pupilas y entre sus dientes me está mordiendo el alma.

Saturday, April 9, 2005


oigo gritos lejos de aquí
(el walkman aún está encencido)

el tipo del labio leporino sigue esperándome fuera
con toda esa gente aficionada al baile, a la música, a la risa y a la carne cruda...
toda para mí.
para mí, despierto durante la operación,
cosiéndome la piel al llegar a casa
porque alguién olvidó hacerlo.
los ojos que me miran son agujeros abiertos con agujas hipodérmicas
el tiempo que empleo en cerrarlos para siempre
escapa entre mis dedos susurrando pobre imbécil...
son mi verdadera boca

que empuja el aire a tus oídos
cuando me miras hambrienta
me hundes en la almohada
y disparas en mi cabeza
una sola bala: enferma.